Durante una conversación de hace un cuarto de siglo, un amigo informático con usual modestia (¿falsa?: toda lo es) se justificaba: «Ya sabes que soy un friqui». No me daba cuenta entonces de que, más o menos a partir del año dos mil, los friquis íbamos a ser nosotros, los de los libros. Hoy día, hasta para regalar uno hay que justificarse, no digamos para publicarlo. En tiempos de ligerezas y celeridades tanto estorban, ocupan, pesan. Y sin embargo… Mientras se edita este, los periódicos locales hablan de León como la ciudad española con más librerías por habitante. Cada semana se anuncia la presentación de un libro, cada mes un tropel abandona las imprentas, cada poco una nueva editorial prueba un sello propio conuna «marca de la casa». Se ansían la distinción, el esmero, el reconocimiento… Descubrir mediterráneos interiores. Quizás síntomas todos ellos crepusculares. ¿Qui lo sa? Ha habido tantos apocalipsis como integraciones.Tal vez esta exposición temporal también sea reveladora. ¿Está aquí por ser este un museo arqueológico? ¿Se cuenta el libro entre las bellas artes o se ha convertido también en pura etnografía, o sea, mera inercia tradicional a mitad de camino entre el folclore y la prefabricada —y «emblemática»— seña identitaria? Qué más da.Lo cierto es que ocupa el Museo con naturalidad y con derecho; se expone a él y a quienes lo habitan sin tapujos, desguarnecido, abierto, roto, viejo, sobado, tachado, enojoso y liviano, embustero y prominente, vital y prescindible. ¿Qué decir de él que no podamos y debamos decir de nosotros? ¿Para qué insistir? Solo falta, es placentero y obligado, agradecer: a David López y Gráficas Celarayn; a Cargraf Artes Gráficas; a Esperanza Serrano, caligrafista de Urueña; a Carmen Tejero; a la Biblioteca Pública de León y al MUSAC , por sus generosos préstamos. Y al fin, último y mayor, a la Biblioteca Benavente-Urueña, guarda, cosido y tripas de esta muestra que ha compuesto su comisario, Fernando.
Durante una conversación de hace un cuarto de siglo, un amigo informático con usual modestia (¿falsa?: toda lo es) se justificaba: «Ya sabes que soy un friqui». No me daba cuenta entonces de que, más o menos a partir del año dos mil, los friquis íbamos a ser nosotros, los de los libros. Hoy día, hasta para regalar uno hay que justificarse, no digamos para publicarlo. En tiempos de ligerezas y celeridades tanto estorban, ocupan, pesan. Y sin embargo… Mientras se edita este, los periódicos locales hablan de León como la ciudad española con más librerías por habitante. Cada semana se anuncia la presentación de un libro, cada mes un tropel abandona las imprentas, cada poco una nueva editorial prueba un sello propio conuna «marca de la casa». Se ansían la distinción, el esmero, el reconocimiento… Descubrir mediterráneos interiores. Quizás síntomas todos ellos crepusculares. ¿Qui lo sa? Ha habido tantos apocalipsis como integraciones.Tal vez esta exposición temporal también sea reveladora. ¿Está aquí por ser este un museo arqueológico? ¿Se cuenta el libro entre las bellas artes o se ha convertido también en pura etnografía, o sea, mera inercia tradicional a mitad de camino entre el folclore y la prefabricada —y «emblemática»— seña identitaria? Qué más da.Lo cierto es que ocupa el Museo con naturalidad y con derecho; se expone a él y a quienes lo habitan sin tapujos, desguarnecido, abierto, roto, viejo, sobado, tachado, enojoso y liviano, embustero y prominente, vital y prescindible. ¿Qué decir de él que no podamos y debamos decir de nosotros? ¿Para qué insistir? Solo falta, es placentero y obligado, agradecer: a David López y Gráficas Celarayn; a Cargraf Artes Gráficas; a Esperanza Serrano, caligrafista de Urueña; a Carmen Tejero; a la Biblioteca Pública de León y al MUSAC , por sus generosos préstamos. Y al fin, último y mayor, a la Biblioteca Benavente-Urueña, guarda, cosido y tripas de esta muestra que ha compuesto su comisario, Fernando.
