Rafael González Rodríguez (Coord.): Benavente en la Guerra de la Independencia. V Jornadas de Estudios Históricos. 264 pp. 24×17. Rústica. 2010. ISBN: 978-84938160-0-1.

ÍNDICE

Rafael González Rodríguez: «Presentación»
Elena Hidalgo Muñoz: «El intento de la paz de Francia y Rusia con Inglaterra (Erfurt, 12-X-1808 – Benavente, 4-1-1809».
Eduardo Fuentes Ganzo: «Luces y sombras de la Guerra: Los afrancesados. 1808-1812».
Arsenio García Fuertes: «El Ejército Español de 1808 en Campaña. El Regimiento de Infantería de Benavente, 1808 -1814».
Rafael González Rodríguez: «La carrera de Benavente».
José Ignacio Martín Benito: «La villa de Benavente y el incendio de su castillo durante la Guerra de la independencia. La memoria de los viajeros».
Óscar Huerga Miñambres: «La Guerra de la Independencia (1808-1814): De un hecho histórico a un factor social, turístio y cultural».
Elías Rodríguez Rodríguez: «La Guerra de la Independencia en una villa zamorana: Villafáfila (1808-1814)».
Miguel Ángel González García: «Algunas notas sobre las agresiones al patrimonio artístico en la ciudad y diócesis de Astorga durante la Guerra de la Independencia».
Miguel José García González: «Los inicios de la Guerra de la Independencia en Ponferrada y el Bierzo».
Rafael González Rodríguez: «Un sable ‘briquet’ en Castrogonzalo».

PRESENTACIÓN
El año 2008 estuvo marcado en España, al menos en el aspecto cultural, por las conmemoraciones del II Centenario del comienzo de la Guerra de la Independencia (1808-1814). Durante varios meses se desplegó una frenética actividad de muy diverso calado y dimensión: homenajes, exposiciones, recreaciones históricas, conciertos, congresos…, así como la edición de una gran variedad de publicaciones: novelas, ensayos, monografías, catálogos, actas, guías, facsímiles, etc.
El C.E.B. “Ledo del Pozo” quiso sumarse a esta efemérides organizando una serie de actividades para los meses de octubre, noviembre y diciembre de 2008. Se pretendía así contribuir, desde el ámbito local y comarcal, al conjunto de actos y celebraciones desarrolladas en los meses anteriores en todo el territorio nacional.
Por una parte, se desarrollaron las V Jornadas de Estudios Históricos durante los días 17, 24 y 31 de octubre de 2008, que incluían un ciclo de conferencias y la correspondiente edición de un libro de actas. La presente publicación supone la culminación de este proyecto.
Por otra parte, bajo el título “La Carrera de Benavente” se ha organizó una exposición monográfica entre los días 17 de octubre y 9 de noviembre. La muestra pretendía ofrecer una visión sincrética y accesible al gran público de los vibrantes acontecimientos vividos en Benavente, en la vega del Esla y en los pueblos limítrofes en el invierno de 1808-1809. El hilo argumental tenía por asuntos principales la retirada del ejercito inglés del general Moore hacia La Coruña, el paso del río Esla, la persecución del ejército napoleónico al mando del propio Emperador, la llegada a Benavente de ambos contingentes militares y las consecuencias de todo ello para la Villa y su comarca.
La exposición estuvo acompañada de la edición de un catálogo que reproducía fielmente la totalidad de los paneles expuestos, con sus imágenes y textos, precedido de un estudio introductorio.
Por último, para el mes de diciembre se programó una exposición sobre el Castillo de Benavente, coincidiendo con el II Centenario de su incendio y destrucción.
Por tanto, la elección del tema de nuestras Jornadas y su planteamiento estaba plenamente justificada. El año 1808 suele ser señalado por los historiadores como el del comienzo de la Edad Contemporánea en España. La invasión del ejército napoleónico, y la consiguiente sublevación contra las fuerzas ocupantes, supondrán la irrupción de las clases medias y populares en el escenario político, unos grupos sociales hasta entonces prácticamente inmersos en el anonimato. La guerra hizo también irreversible la crisis del absolutismo borbónico, trastocó el viejo orden social y económico, e inicio un convulso proceso que en poco más e cuarenta años derrumbó las estructuras del Antiguo Régimen.
Nuestra Guerra de Independencia desencadenó en el país una profunda quiebra demográfica económica y social de la que tardaría décadas en recuperarse. Además de los muertos y heridos, las destrucciones y saqueos de ciudades, villas y aldeas causaron hambrunas y epidemias. En el campo se originó la ruina de la agricultura y la ganadería, y el ámbito urbano la paralización del comercio y de la incipiente industria.
A la catástrofe humanitaria se sumaron las destrucciones, muy intensas en las ciudades pero que afectaron a todo el ámbito económico. Desde luego, interrumpió de forma determinante el momento de desarrollo y modernización económica vivido durante la etapa de la Ilustración, con unas reformas que, aunque con resultados todavía muy modestos, habían puesto las bases de un desarrollo futuro. Desde el punto de vista de la hacienda pública, hay que reseñar un aumento considerable de la deuda del Estado. España quedó devastada, con pérdidas en su aparato productivo como no se habían conocido nunca. Síntomas de esta crisis eran ya perceptibles incluso antes del comienzo del conflicto, al menos desde finales del siglo XVIII.
Resultaría muy difícil de cuantificar el número de víctimas en la Tierra de Benavente, al no contar estadísticas de población fiables y, mucho menos, con registros completos de defunciones. En el ámbito nacional, los historiadores manejan una horquilla muy holgada que comprenden entre los 250.000 y los 500.000 muertos, siendo esta última la cifra que goza de mayor consenso. Sobre esta base se suele establecer la proporción de 250.000 españoles, 200.000 franceses y 50.000 ingleses. En cualquier caso, las dimensiones del desastre sólo podrían compararse a las que tuvo nuestra Guerra Civil, más de un siglo después.
A la pérdida de vidas humanas debe añadirse el vacío de los “no nacidos” como consecuencia de la guerra. La profunda muesca en la pirámide puede cuantificarse en unas 350.000 personas, a todas luces enorme si tenemos en cuenta el exiguo volumen total de la población española.
Otra faceta del impacto de la guerra, no menos importante, fue el daño infringido al patrimonio histórico, artístico y documental. Son legión los testimonios que nos hablan del saqueo de palacios, castillos, iglesias, ermitas y monasterios, así como de la destrucción de archivos y libros parroquiales. Por todo ello, fueron irrecuperables las pérdidas de la arquitectura monumental, la devastación de nuestro patrimonio bibliográfico y documental, y la ruina de nuestra platería, orfebrería, tallas, marfiles y obras escultóricas. En algún caso, sobre todo en lo referente a las colecciones reales o determinadas obras de arte, se podría hablar de una práctica sistemática, amparada y dirigida por los mandos políticos y militares, pero en la mayoría de las ocasiones los desmanes eran protagonizados por una soldadesca incontrolada que operaba en la más absoluta impunidad.
De todos los males de esta guerra, los que mejor se han podido documentar en los Valles de Benavente son aquellos relacionados con las instituciones eclesiásticas, circunstancia lógica si tenemos en cuenta que se han preservado la mayoría de sus archivos. Un buen número de iglesias, capillas, ermitas y monasterios de la comarca sufrieron en primera persona las consecuencias de la guerra.
La crisis de estas instituciones se puede analizar desde muy diferentes perspectivas. Iglesias y monasterios quedaron muy perjudicados, no sólo por su destrucción física o el saqueo de sus bienes muebles, sino sobretodo por la desaparición del equilibrio económico en el que se sustentaban. Un equilibrio, basado en las rentas agrarias, con siglos de tradición y que hundía sus raíces en las estructuras económico-sociales del Antiguo Régimen.
Desde el comienzo de la guerra los monasterios resultaron sumamente atractivos para los ejércitos contendientes, cualquiera que fuera su bando o condición. Tenían un gran interés estratégico desde el punto de vista del alojamiento y el mantenimiento de las tropas. Sus dimensiones y disposición permitían su fácil acuartelamiento, con un coste mínimo de adecuación de las instalaciones. Podían albergar a un alto número de soldados, dar descanso a las caballerías y servir de cuartel general desde el que los mandos podían tomar decisiones. Contaban con almacenes, bodegas, cuadras, pajares, palomares, etc., normalmente bien abastecidos, y podían convertirse en hospitales.
Los habitantes de estas instituciones -los monjes, monjas y dependientes-, raramente estaban en condiciones de oponer resistencia a la ocupación. En los momentos de mayor peligro la mayoría de ellos huía antes de la llegada de los ejércitos. Algunos vagaban durante semanas por montes y despoblados, otros se refugiaban en monasterios mejor protegidos o en domicilios particulares. Otra fórmula para evitar la persecución era recurrir al disfraz, esto es ocultar sus hábitos, y con ello su condición religiosa, bajo la apariencia de un campesino o lugareño.
Esta destrucción material y del patrimonio era curiosamente provocada por parte de una nación, Francia, que era considerada como la más culta de aquellos momentos, pero el ansia de botín y, en muchos casos, la simple necesidad habían dejado a un lado el buen juicio. El propio Napoleón le comunicó a su hermano José I, que dado el gran coste que estaba ocasionando la guerra con Austria, le era imposible asumir los gastos de la campaña de España y que, por tanto, el monarca hispano debía de destinar todos los recursos económicos que pudiera reunir el país para hacer frente al mantenimiento del ejército.
Los propios mandos militares, como recordaría el general Foy, venían a justificar estos atropellos: “… nuestros ejércitos destruían en pocas horas, con sólo su paso, los recursos de toda una comarca; vivaqueaban frecuentemente, y en cada una de sus paradas nuestros soldados arrasaban casas edificadas hacía medio siglo, para construir con sus escombros esos largos campamentos alineados que, frecuentemente sólo duraban un día; por falta de madera de bosque, se servían de árboles frutales, de vegetales valiosos, como la morera, el olivo, el naranjo, para calentarse”.
No ha faltado quien ha querido ver en el tránsito por nuestras tierras de los ejércitos francés y británico intereses muy poco confesables. Todo formaría parte de un plan preconcebido, una jugada maestra en el tablero de ajedrez de la alta política. Para Jutglar, y otros autores, a Francia le estorbaba la industria sedera española, mientras que Inglaterra buscaba la aniquilación de la lanera. En la colaboración inglesa se ocultaría, en realidad, “un intento de castración de nuestra vida industrial”. Ambas potencias, enemigas en el frente, habrían buscado un mismo fin: romper la relación entre Hispanoamérica y la metrópoli.
Así pues, el libro que ahora se prologa incluye las conferencias pronunciadas en los salones de la Obra Social de Caja España en octubre de 2008, y se completa con otros artículos y trabajos de investigación relacionados con lo expuesto y debatido en estas V Jornadas de Estudios Históricos.
Siguiendo el mismo espíritu que ha movido a la convocatoria de estas Jornadas en sus anteriores ediciones, se vuelven a combinar autores y temáticas de alcance local, comarcal y regional, junto a aspectos más generales sobre la Guerra de la Independencia. Se busca así contextualizar adecuadamente una temática íntimamente ligada al devenir de estas tierras. Asumiendo desde un principio la complejidad de esta problemática, es de esperar que la lectura de este puñado de trabajos que se presentan ahora proporcione, al menos, una panorámica global sobre las consecuencias de esta guerra en las tierras de Benavente.
En nombre del C.E. B. “Ledo del Pozo” quiero agradecer sinceramente la colaboración desinteresada a todas las personas y entidades que han hecho posible todas las actividades desarrolladas para conmemorar esta efemérides, tanto por haber cedido piezas, libros, fotografías, imágenes y documentos, como por haber contribuido a enriquecer su resultado final. Igualmente quiero hacer un reconocimiento, una vez más, a la Obra Social de Caja España y al Ayuntamiento de Benavente por su mecenazgo constante en cuantas actividades nuestro Centro viene desarrollando desde hace años.

Rafael González Rodríguez
Centro de Estudios Benaventanos
“Ledo del Pozo”

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